El duelo, tanto individual como colectivo, se completa con la existencia de un espacio social de apoyo; y sólo por medio de éste se puede llevar a cabo la resolución literal y simbólica de los traumas del pasado. Leslie Jo Frazier, refiriéndose al caso chileno, plantea que en los países de tradición católica, donde la presencia de los restos fúnebres (el cuerpo presente) tiene un rol fundamental en los rituales del duelo, la ocultación o negación (“desaparición”) de los restos imposibilita la verificación social de la pérdida y la resolución del duelo (work of mourning freudiano). En el proceso del duelo, la cripta o la tumba localiza y contiene la pérdida, provee la evidencia material y con ella la posibilidad de una reconciliación social y política.12 No obstante, en sintonía con la problematización elaborada por Maier, Rousso, LaCapra y Habermas en los casos francés y alemán, Frazier nos advierte del peligro de reducir el duelo al lamento y la elegía y propone, a cambio, ejercer el “contra-duelo” por medio del cual la memoria pasa de ser texto a ser praxis, favoreciendo un diálogo entre presente y pasado (116).
Propongo entonces que la exhumación y la conmemoración de los cadáveres olvidados del franquismo (tal y como había ocurrido ya con las fosas de Auschwitz), así como las manifestaciones culturales recientes que se han generado en torno a ellos, se han convertido en “espacios de memoria” colectivos. Lo que importa no es tanto la identificación de las fosas, sino la apertura de un debate que facilite el paso de la tumba abierta a la acción ética, que convierta en praxis el ejercicio memorialista y conmemorativo.
En esta transferencia, los medios de comunicación pueden jugar un doble papel. Se les hace responsables de subordinar todo sentido histórico a la obsesión por el evento “en vivo”, al sensacionalismo, pero al mismo tiempo se reconoce la función que cumplen al aglutinar las memorias culturales que los sectores institucionales ignoran o tratan exclusivamente dentro de los confines de la narración histórica (Wood 9). La influencia mediática en la creación de memoria se produce también por canales inconscientes e indirectos. Como propone Andreas Huyssen, la memoria surge como respuesta a la atrofia producida por nuestra cultura mediática. En el fin de siglo se ha producido un giro radical por el cual se privilegia la memoria por encima de la historia y se critican las nociones teleológicas de la historia en lugar de asumir meras posiciones antihistóricas, relativistas o subjetivas (Huyssen 6). La preferencia de la memoria sobre la historia trata de ofrecer solución a la crítica que Nietzsche articulaba en contra de la historia de archivo, la historia monumental como aparato académico que produce conocimiento histórico para sí mismo, pero olvidando mantener vínculos vitales con la cultura circundante (Huyssen 6). Si Nietzsche criticaba la hipertrofia de la conciencia histórica en la cultura pública moderna (el pasado como carga), el síntoma posmoderno es más bien el de la atrofia propia de una cultura capitalista donde el espacio público queda disuelto en innumerables canales amnésicos de entretenimiento inmediato, en políticas televisivas de rápido olvido, y donde se ha producido, en palabras de Adorno, "el congelamiento de la memoria en forma de consumo" (Huyssen 6). En el fin de siglo, memoria y amnesia cabalgan juntas. La memoria aparece como reacción a los procesos técnicos acelerados, como intento de recuperar "un modo de contemplación fuera del universo de la simulación" y reclamar "un espacio de anclaje en un mundo de confusa y a veces amenazadora heterogeneidad, a-sincronidad y saturación informática" (Huyssen 7).