T. O.: The Manchurian Candidate.

Producción: Clinica Estetico, para Paramount Pictures (USA, 2004).
Productores: Ilona Herzberg, Scott Rudin y Tina Sinatra.
Director: Jonathan Demme.
Guión: Daniel Pyne y Dean Georgaris. Argumento: basado en la novela de Richard Conlon y en el guión cinematográfico de George Axelrod (1962).
Fotografía: Tak Fujimoto.
Música: A Wyclef Jean y Rachel Portman.
Dirección artística: Teresa Carriker-Thayer.
Montaje: Samara Levenstein, Carol Littleton y Craig McKay.

Intérpretes: Washington (Ben Marco), Bruno Ganz (Delf), Meryl Streep (Eleanor Shaw), Simon McBurney (Atticus Noyle), Liev Schreiber (Raymond Shaw), Adam LeFevre (Congresista Healy), Ann Dowd (Congresista Becket).

Color - 134 min. Estreno en España: 12-XI-2004.

El mensajero del miedo me ha decepcionado. Traza un cuadro incisivo de algunos aspectos de la política norteamericana actual, pero falla en lo esencial: los guionistas no se han atrevido a abordar la relación complementaria entre los extremos opuestos (la derecha neoconservadora y el fundamentalismo islámico), a pesar de que Manchurian Candidate de John Frankenheimer (designo la película de 1962 con el título inglés) les ofrecía una trama ideal para ello, y de que la primera parte de Fahrenheit 9/11 de Michael Moore ya había preparado el terreno. Mi decepción no proviene de tomar como punto de referencia la película de 1962, sino de analizar la versión de Jonathan Demme como una obra autónoma, teniendo en cuenta la situación política actual. Sin embargo, no podré evitar de referirme a Manchurian Candidate, porque la comparación me ayudará a explicar mejor mi punto de vista.

No tiene ningún sentido esperar que una nueva versión sea fiel al original, menos aún cuando se trata de una actualización. Pero sí que es de esperar que sepa adaptar o trasladar a las nuevas circunstancias algunas ideas de la obra anterior. Manchurian Candidate de Frankenheimer se basaba en una audaz paradoja: una maquinación comunista (rusos y chinos juntos) dirigía sus esfuerzos en poner en la presidencia de Estados Unidos a un ultraconservador “comerrojos”. La película captaba la atmósfera de la Guerra Fría y atacaba al mismo tiempo a la izquierda estalinista y a la derecha maccarthista. El argumento, muy resumido, era éste: durante la guerra de Corea, un pelotón de soldados americanos eran raptados por agentes comunistas y sometidos a un lavado de cerebro. A uno de ellos, Raymond Shaw (Laurence Harvey), lo programaban para convertirlo en un asesino. Su madre, casada con un senador conservador, era la instigadora de la maquinación y la conexión entre comunistas y maccarthistas.

Tras la desaparición del comunismo en Rusia, el puesto de enemigo número uno de Estados Unidos lo ocupa el terrorismo islámico. (Si esos enemigos constituyen una amenaza real o inventada por los estrategas de Washington es otra historia.) Lo más lógico, pues, en la nueva versión, habría sido relacionar al candidato ultraconservador, o neoconservador, y su madre con los grupos terroristas árabes. Ello tendría, además, un doble fundamento, porque no sólo la actual política estadounidense da alas al terrorismo, sino que en los años ochenta dichos grupos fueron apoyados, financiados y armados por Washington. El título podría ser The Saudi Candidate , The Al Qaeda Candidate o algo por el estilo. Un planteamiento explosivo, desde luego. Pero también lo fue el de Manchurian Candidate . Y, por si fuera poco, se estrenó el 24 de octubre de 1962, en medio de los trece días de la crisis de los misiles. En París, los comunistas organizaron piquetes en contra, y en Orange County la Legión Americana se manifestó muy ofendida.

En la versión de 2004, Kuwait, en los días anteriores a la primera guerra del Golfo, sustituye a Corea, y, para mantener el título original, los guionistas se han sacado de la manga una empresa multinacional, Manchurian Global, que sustituye a rusos y chinos. Para Frankenheimer, el peligro era la convergencia de los intereses, aparentemente opuestos, de la extrema derecha y los comunistas. Para Demme, el peligro es la convergencia de partidos políticos y grandes empresas. Ahora bien, los dos últimos no son opuestos ni antagonistas en nada. Ni fingen serlo. Así, desaparece el «juego malvado de apariencias invertidas» (Guarner) de 1962 y lo que queda es una historia bastante simplista y por debajo de la realidad. Además, al poner en el anterior puesto de enemigo de Washington a un amigo, algunas piezas no encajan en el nuevo esquema. El lavado de cerebro, por ejemplo. Funciona como historia independiente, pero no resulta verosímil.

Cuesta entender que, a la hora de preparar una nueva versión, lo primero que hacen los guionistas es suprimir las mejores ideas del original. Cuesta entenderlo, sí, pero es lo que han hecho Daniel Pyne y Dean Georgaris. Y la película ya no se recupera de un planteamiento inicial tan desafortunado. Por muchos buenos actores que le echen y por competente que sea la realización de Jonathan Demme.

Manchurian Global se inspira en Halliburton, Carlyle Group y demás empresas del complejo militar-industrial que obtienen enormes beneficios de la «guerra contra el terror». Cualquier lector mínimamente informado sabe que los dos partidos políticos de Estados Unidos están al servicio del poder económico: son sus criados. Las grandes empresas, para colocar a sus hombres en la Casa Blanca, no necesitan recurrir a métodos tan complicados como los que cuenta El mensajero del miedo . Tampoco necesitan héroes de guerra, reales o inventados. Tienen a toda la clase política a su disposición.

Demme ha dejado de lado el humor negro y mordaz de Manchurian Candidate y se ha centrado en las peripecias de la intriga. Su versión es un thriller político rodado con un estilo eficaz, sin alcanzar la complejidad malévola ni la fascinación visual de John Frankenheimer. También filma algunas escenas brillantes, como la visita al apartamento de Al Melvin y el asesinato del senador Jordan y su hija. Sin embargo, no logra rebasar los límites de un guión de thriller rutinario. Total, que El mensajero del miedo no es una película muy buena. Pero tampoco es muy mala. Es una obra irregular. Contiene cosas interesantes y otras que no convencen.

Entre las cosas interesantes cabe destacar la descripción de un sistema político corrupto y criminal. Los medios de comunicación se dedican a infundir miedo con el fin de manipular a la opinión pública, un auténtico lavado de cerebro colectivo. Políticos y empresarios no retroceden ante nada cuando se trata de aumentar su poder y su dinero.

No convence que haya tantas incoherencias: un lavado de cerebro difícil de creer, el presentar como un proyecto fruto de la conspiración lo que son hechos consumados (entre otras cosas, que salga elegido «el primer vicepresidente de propiedad privada»). Se respira una sensación de paranoia, de amenaza contra los derechos democráticos, pero su efecto queda diluido. A pesar de abordar asuntos muy graves, la película no conmueve al espectador.

Para indicar que los dos partidos coinciden en lo esencial y son intercambiables, los guionistas y Jonathan Demme han difuminado los contornos. El partido que vemos consiste en un cóctel de ingredientes republicanos y demócratas. Raymond Shaw (Liev Schreiber) utiliza varias veces una de las expresiones favoritas de George W. Bush: « We will prevail » (la dice en Fahrenheit 9/11 ). Es un héroe de guerra, y así lo aclaman en la convención del partido, como a John Kerry. Y habla de «vigilancia compasiva», en la línea de Bush. Eleanor Shaw (Meryl Streep) posee rasgos de Hillary Clinton, Condolezza Rice y Dick Cheney. De los tres al mismo tiempo. A juzgar por las reseñas que he leído, esta idea –que en Estados Unidos existe una forma sui generis de partido único– no ha quedado muy bien plasmada en la pantalla y ha dado pie a las interpretaciones más disparatadas. (Como botón de muestra, citaré a alguien que considera la versión de Demme una obra maestra: Cliff Doerksen. En el Chicago Reader , tras calificar a Eleanor Shaw de «poderosa senadora demócrata con un gran parecido con Hillary Clinton», escribe lo siguiente: «¿Y dónde están los republicanos en todo ese lío? Ah, ya lo entiendo: la empresa Manchurian Global ha de recurrir a los demócratas porque Halliburton ya tiene al partido republicano en el bolsillo, y se ve obligada a emplear el lavado de cerebro [ brainwashing ] porque de lo contrario los demócratas serían incorruptibles». No es mi intención criticar a Cliff Doerksen, sino el guión. Al fin y al cabo, la culpa de tanta confusión la tienen los guionistas). La extrema derecha, por su parte, ha visto en la película un panfleto anti-Bush.

De vez en cuando oímos comentarios sorprendentes. Ben Marco (Denzel Washington), tras descubrir lo que se trama, le dice a Rosie: «Esto no son unas elecciones. Es un golpe de estado. Un cambio de régimen en nuestro propio país». Una vez más, no se trata de un proyecto futuro, sino de un hecho consumado, de algo que ya ha ocurrido en Estados Unidos, como el robo de las elecciones del año 2000, las extrañas circunstancias que envuelven los atentados del 11 de septiembre (a pesar de los avisos, se permitió que los cometieran para tener la excusa de lanzar guerras preventivas), la invasión neocolonial de Iraq, la intimidación de la población con las alarmas infundadas de atentados, las leyes que sientan las bases de un estado policial.

Los dos historias que cuenta El mensajero del miedo , a veces en montaje paralelo, son la fulgurante carrera electoral de Raymond Shaw y los esfuerzos de Ben Marco para desentrañar lo que ocurrió en Kuwait trece años atrás. Dos historias estrechamente relacionadas. Tras la breve conversación con otro integrante de la patrulla, Al Melvin, que le habla de sus pesadillas, Marco decide investigar por su cuenta. La visita al apartamento de Al Melvin lo deja sumido en la perplejidad. Los sueños y la exploración de la memoria serán el hilo de Ariadna que le ayudarán a salir del laberinto mental.

Los actores cumplen su cometido. Las estrellas de reclamo son Denzel Washington y Meryl Streep. No obstante, el personaje más difícil es Raymond Shaw, y Liev Schreiber borda su papel. Prisionero de la familia –sobre él pesan la carrera política del padre muerto y una madre despótica–, su único gesto de rebeldía –ir a luchar a Kuwait– le ha empeorado las cosas. Es un personaje trágico: se da cuenta de que su madre lo manipula y no sabe cómo evitarlo. «Yo soy el enemigo», le confiesa a Marco.

En las escenas finales, Demme no consigue crear un clima de gran tensión. Todo ocurre demasiado deprisa y, para colmo, el FBI, o una unidad secreta del FBI, evita el suicidio de Marco y lo soluciona todo. Un happy end desafortunado. Y decepcionante. Igual que el planteamiento inicial. En eso sí que es coherente la película. Desgraciadamente.