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En
este drama, que adquiere ribetes de tragedia, Camila y el sacerdote
rompen el orden de una sociedad muy rígida donde algunos lugares
y tradiciones se guardan cuidadosamente, como el de la mujer, cuyo destino
está ligado al matrimonio o a la religión. Y así,
Camila, de la mano de María Luisa Bemberg, se convierte en una
heroína que sostiene hasta el final su amor prohibido, de modo
inquebrantable. Esta es la mirada de la realizadora, comprometida con
la reivindicación de los derechos de la mujer, que le deja al
protagonista masculino el lugar de la duda, la culpa y el arrepentimiento.
Ladislao vive pidiendo perdón a Dios y esperando la señal
del cielo... Su conciencia no le da paz. Camila, en cambio, muere orgullosa
de su amor.
La iluminación en esta película
es de intención realista y de cualidad difusa. En relación
al color advertimos un uso histórico: la imagen está
construida en tonos luminosos y atenuados en su saturación.
También es interesante señalar la función simbólica
del color en algunas escenas: por ejemplo, la vestimenta de la heroína
en su primer encuentro con el sacerdote es de extrema blancura, reforzando
su condición virginal. Otro detalle es que, en esa misma escena,
Camila tiene los ojos vendados como parte de un juego de salón:
esa venda también es blanca y resalta su color en contraposición
a las vendas negras que cubren esos mismos ojos -y los de su amante-
en el momento final del fusilamiento.
El
filme recupera, además, otra historia donde el amor y la política
convergen: la de la abuela paterna de Camila -Ana María Perichon
de Vandeuil y Abeille, la Perichona- que es confinada por su escandaloso
romance con Santiago de Liniers -héroe de la Reconquista y
virrey del Río de la Plata- acusado de pro francés.
Sobrevuela la película la idea de un destino adverso para las
mujeres que desafiaron al poder en esa familia. El final de la Perichona
-en el primer tramo de la película- sienta la sospecha de un
destino que se repetirá en la vida de su nieta, aunque con
un signo más trágico aún.
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En
Camila la política atraviesa la vida íntima de las personas.
El interés por esa imbricación de lo público en
el mundo privado nos habla también de la necesidad de explicar
el pasado reciente de nuestro país, donde miles de vidas fueron
truncadas por un Estado genocida. Teniendo en cuenta el momento de realización
de la película, es imposible no asociar ese fusilamiento de los
jóvenes amantes (acaecido el 18 de agosto de 1848) con historias
de muertes de jóvenes, durante el golpe militar de 1976. El mismo
final, donde los protagonistas son depositados en una fosa común,
apela claramente a las innumerables fosas NN que se exhumaron en la
Argentina a partir de la democracia.
Es interesante marcar que Camila y Ladislao, en su "vida clandestina"
en un pueblo del interior del país (Goya, provincia de Corrientes),
trabajan alfabetizando a niños humildes. Este es un gran cambio
en la trayectoria del personaje protagónico: de una vida plena
de riqueza salta a niveles de compromiso que van más allá
de la caridad cristiana que practicaba; las imágenes la muestran
viviendo humildemente y ocupando su tiempo en los más necesitados.
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La
película, a diferencia de la anterior, se detiene en los aspectos
represivos de la sociedad de mediados del siglo XIX, no sólo
respecto de la vida privada sino también en el terror organizado
desde el Estado, el exterminio de la oposición y la censura.
Hay una clara valoración negativa del período, poniendo
en evidencia quiénes son los sujetos que lo sostienen: no se
trata sólo del caudillo Rosas, sino de esa sociedad que avala
al régimen. Una
sociedad autoritaria y masculina es la que toma las decisiones sobre
la vida y la muerte de las personas. ¿Acaso la película
no está mirando ese pasado lejano desde el dolor de una experiencia
aún muy reciente?
Respecto de la construcción de los
personajes, Camila se presenta en el filme como una muchacha rebelde
a la autoridad paterna, apasionada lectora de los unitarios en el exilio
-en una de las escenas la protagonista se deleita con un texto de Esteban
Echeverría que consigue clandestinamente- y cuestionadora del
destino que la sociedad le tiene reservado a las mujeres de su clase.
No hay documentación que nos informe
sobre sus preferencias literarias, ni que dé detalles sobre la
relación con su padre. Quizás podríamos hablar
de esta composición como de una invención verdadera, porque
es posible que su imaginario estuviese imbuido de las ideas que la literatura
romántica postulaba; sabemos de su afección a las novelas,
y sabemos -efectivamente, como lo prueba la fuga- que rompió
con el mandato familiar y religioso. Ya desde el primer encuentro delineado
por Bemberg entre Camila y Ladislao hay una transgresión: es
a partir del sentido del tacto que se conocen... Ella, con los ojos
vendados, recorre con sus manos el rostro de quien será su amante,
incomodando a los presentes. Quizás lo más interesante
del perfil de la heroína es cómo la realizadora condensa
en Camila todas las características mencionadas, construyendo
una mujer con rasgos feministas que reclama la facultad de decidir sobre
su propio destino.
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En
este sentido, se pueden anudar algunas relaciones entre el personaje
Camila y la propia directora del filme, quien también provenía
de una clase social acomodada y que se desplazó, al elegir su
profesión, del lugar de señora de familia a favor de un
deseo: hacer películas, convirtiéndose en una de las primeras
directoras de cine en la Argentina. En Camila, Bemberg corporiza
a una heroína romántica que pelea contra el poder hasta
su propio sacrificio, ejemplificando así la coherencia entre
su vida, sus ideales y sentimientos.
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Camila
pone en el centro el crimen político: el melodrama de los amantes
cobra vuelo con la denuncia de la realizadora al terrorismo de Estado,
que no tiene piedad -al igual que en los años 70- ni de la condición
de madre, pues Camila O'Gorman estaba embarazada en el momento de su
fusilamiento, estado que no desconocían ni el gobernador, ni
la Iglesia, ni su padre, que alentó el "castigo ejemplar"...
Aquí podemos encontrar cierto paralelismo con Juan Manuel...,
pues en este filme también hay que "escarmentar" a
quienes transgreden el orden aunque se trate del mismo patrón
(lo ejemplifica la escena citada de Rosas, azotado por su peón
en la estancia). En Camila, hasta los verdugos tienen conciencia
del horror del crimen que van a ejecutar, pero finalmente se someten
a las órdenes de sus superiores que firman la sentencia desde
sus escritorios.
Según la versión de esta película, Camila O'Gorman
se revela contra su padre, contra Rosas -una suerte de caudillo paternalista-
y su poder, y contra "Dios Padre", quien le da a conocer el
amor y, a la vez, la priva de su goce. La idea del poder como atributo
masculino, ligado a la violencia y el terror, cierra una suerte de parábola
en el filme. En definitiva, el poder más absoluto que denuncian
las heroínas del cine de Bemberg es el de la sociedad patriarcal.
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